martes, 17 de noviembre de 2009

Despedida y cierre del último Zar del tenis mundial

“Es un imbécil”. Eso acaba de decir Marat Safin acerca de André Agassi. Y no es de extrañar. El americano acaba de publicar sus memorias. En ellas reconoce que se dopó, acusa –dando nombre y apellido- a la persona que le proporcionó las sustancias dopantes, reconoce que su positivo fue encubierto por la ATP –Asociación de Tensitas Profesionales-, reconoce que jugó con peluca –allá por 1997-,... y reconoce otras sandeces más que le dejan en muy mal lugar. Agassi ha recibido un aluvión de críticas por sus comportamientos. Y ahora pide clemencia. Entienden ahora por qué Safin le llama imbécil? Y es que Marat –nombre puesto en honor al revolucionario Francés- es, sin duda, genio figura. El tenis moderno ha cambiado mucho en los últimos tiempos. Antes los jugadores se retiraban –en su mayoría- cerca de los 35 años. Nastase, Vilas, Connors u Orantes son buena prueba de ello. Hoy lo ha hecho, a los 29 años, Marat Safin el último Zar del tenis. Ha sido en París. Durante la celebración del Torneo Master Series. Jugó su último partido como profesional ante el argentino Juan Martín del Potro, número 5 del mundo. No lo hizo nada mal. Incluso tuvo sus opciones de ganar. Se enfadó. Como de costumbre. Y como de costumbre... tiró la raqueta al suelo. Una y otra vez. Le echaremos de menos. Se retira con un palmarés digno de encomio. 17 torneos ganados. 2 Copas Davis, 8 ATP Tour, 5 Master Series y 2 Grand Slam: El Open de Australia, en 2005, y el Open USA, en 2000, derrotando al todo poderoso Pete Sampras. Con esa victoria alcanzó en número 1 del tenis mundial. Hoy Marat Safin ha recibido, al final del partido, la llave del Palacio Omni Sport de París. Justo homenaje con la presencia, entre otros, de Albert Costa, Tommy Robredo y Marc Rosset –campeón olímpico en 1992-. Tras 15 años como profesional hoy despedimos al ruso –español de adopción, ya que se forjó tenísticamente en Valencia- Marat Safin. El último Zar del tenis mundial.

A. Febus

¿Un pájaro? ¿un avión? ¡no! ¡es Michael Jackson!

No me gusta contarles cosas de mi vida. Cosas cotidianas que rodean mi existencia. Mi abolengo es jalón fundamental para no compartir mis interioridades. Un jalón que espeta humildad. De ahí mi aversión a este tipo de confesiones. Pero hoy ha sido un día diferente. Un día en el que me siento “dangerous”. Madrugué, me aseé, que hay que ir limpio en estos tiempos que corren. Desayuné. Mis cereales, mi leche de almendras –la leche de vaca es mortal, y todavía quiero durar un tiempito-, mis uvas –elixir antioxidante y antienvejecimiento-, mi batido de proteínas y mi cápsula de colágeno –ya lo decía Superratón: “No olviden supervitaminarse y mineralizarse”-. En bicicleta, me fui a las pistas de tenis para ejercer mi derecho a imitar a Rafael Nadal... pero sin llamarme Rafael y sin apellidarme Nadal. Luego a trabajar, dando mis clases de entrenamiento personal y mis masajes. Más trabajo. La comida – no les aburriré más-, y más trabajo... normalmente mi jornada laboral termina a las 22:30. Pero hoy ha sido diferente. Por casualidad o “causalidad”... tengo tres clientes de vacaciones. Y ello me ha permitido finalizar mis tareas profesionales a las 18:45. Qué jarana! Qué alegría! Champagne! Champagne! La ocasión bien merecía un celebración. Una celebración peculiar. Una celebración “black”. Una celebración “white”. Una celebración “Black or white”. “Ji, ji, ju”. Sí, amigos. Me he ido al cine. A ver “This is it”. La película de Michael Jackson. Para tan digna ocasión he seleccionado un cine de la Gran Vía madrileña. Un cine histórico. Histórico como la ocasión. No quería ver esta película en una de esas salas modernas. Automatizadas hasta la médula y deshumanizadas hasta las entrañas. Quería verla en un cine con olor a antiguo. Con olor a abuela. Con olor a abuelo. Con olor a imágenes pasadas. Imágenes de infancia. Imágenes de antaño. Me senté, en la fila 11, butaca 5 –por el glúteo te la...-. Poco a poco el cine se fue llenando. Levanté la vista y noté la presencia de la actriz Silvia Abascal. Acompañada de su madre –supongo- y de otra persona... Impaciente me sentía. Impaciente por el comienzo del largometraje. Se hizo la oscuridad. Y “Ji, ji, ju”. Desde la cabina de proyección el halo de luz impactó el final de su trayectoria en la pantalla. Y... ahí, delante nuestro, como por arte de magia, estaba el rey. Decían que estaba acabado. Que no podía con su alma. Que su mente ya no coordinaba. Que no aguantaría tanto ensayo. Se dicen tantas cosas que no son... Pero no. No señores. No estaba acabado. Quizás demasiado delgado. Pero era un ectomorfo. Y los ectomorfos son así. En el momento del rodaje de la película Michael Jackson tenía 50 años. Rebosaba energía por los cuatros costados. Ganas, juventud, ilusión, organización –mental, física y coreográfica-, genio, mucho humor –hemos descubierto su sorna- magia, magnetismo, carisma, control, etc. Y talento. Sí, señores. A sus 50 años le he visto como nunca. No era un pájaro, no era un avión, no era Superman... era Michael Jackson. “Ji, ji, ju”. Coreografías nuevas. Más completas, más originales, más artísticas. Su voz limpia, eléctrica, viva. Después de verle tan fuerte... me da rabia. Rabia porque ahora tengo más claro que su muerte fue un homicidio... pero eso es otra historia. Y la historia nos ha permitido coincidir en el tiempo con el artista más grande de todos los tiempos. Y eso es todo un premio. Tendría sus rarezas. Sí, eso que alguien, de cuyo nombre no quiero acordarme, llamaba “el reverso tenebroso de la fuerza”... pero no cabe duda que su legado es un privilegio para todos nosotros. Su legado es oro. Y como oro hemos de tratarlo. Ahora sólo nos queda cumplir su última voluntad: salvar el planeta. Salvar el planeta de la mano destructora del hombre... te –permite el tuteo- apuntas? “ji, ji, ju”. Un servidor ya lo ha hecho.
¿Entienden por qué hoy ha sido un día diferente?

A. Febus

Madrid ha disfrutado de la genialidad de Kevin Spacey














Hoy, en Madrid, en Palacio de Congresos de IFEMA, hemos podido conocer a uno de los grandes artistas del panorama internacional. Hablamos del genial Kevin Spacey. Ha mostrado sus grandes dotes de cómico imitando a Jack Lemmon. Lemmon ha sido para él un maestro en todos los sentidos. Pero sobre todo en lo humano. Sus consejos han jalonado su trayectoria profesional. Después de una conferencia llena de compromiso cultural, Spacey ha sido entrevistado, para deleite de los presentes, por Manuel Campo Vidal. El actor nos habló de su último proyecto cinematográfico. Esta vez en calidad de productor. El largometraje, en cuestión, habla de los fundadores de la red social “Facebook” y sus vicisitudes para lograr de la mencionada red un éxito global en las nuevas tecnologías. Pero, sin duda, el momento más brillante ha sido cuando el señor Spacey ha pedido agua. Eso sí, lo ha hecho a través de la intérprete que le escuchaba por medio de unos auriculares. Al rato apareció una joven con una botella de agua. Y el señor Spacey se la ha servido a la asturiana. A escanciado agua, con maestría. Como si fuese un asturiano más. Ahora bien, empapó la mesa. La mesa y la carpeta de Manuel Campo Vidal. Pero no dudó en “escurrirla” para dejarla libre del mencionado líquido. En otro momento de genialidad el señor Spacey –que habló, en todo momento, en inglés- comentó que sabía perfectamente hablar español, pero que en ese preciso momento... se le había olvidado. Genio y figura. Entre todas sus elocuentes frases destacamos una: “la cultura es la mejor embajadora de la condición humana”...
Este acto forma parte de FICOD 09 –foro internacional de contenidos digitales-. Organizado por el Ministerio de Industria. El mismo fue presentado por Cristina Villanueva y contó con dos ponentes de lujo: Ángeles González Sinde –Ministra de Cultura- y Miguel Sebastián –Ministro de Industria-. Destacaron la importancia de las nuevas tecnologías en todos los ámbitos de nuestra sociedad...
Pero ... si en Asturias escancian sidra... en Madrid... un tal Kevin Spacey escancia agua... Alguien da más?

A. Febus