domingo, 22 de febrero de 2009

Jesús Martínez Tessier. Otro gran olvidado. Escritor y periodista

Hace unos días recomendamos un libro del escritor Jorge Martínez Reverte. Su hermano Javier Reverte también lo es. No hace falta hablar de las grandes virtudes de ambos a la hora de escribir, a la hora de contar historias y hacernos disfrutar cuando las repasamos. Pero –como decía aquel- todo tiene un origen. Todo tiene una causa. El origen y la causa de que ambos se dediquen al mundo de las letras no es otro que su progenitor: el intelectual Jesús Martínez Tessier. Un hombre de la generación del 27, gran periodista y escritor, combatiente en diferentes contiendas y observador de excepción de un periodo histórico que jalona uno de los siglos más convulsos. El siglo XX.
Pero para conocer de cerca a Jesús Martínez Tessier nada mejor que transcribirles parte de la entrevista que realizamos a su hijo Jorge –amable, cortés y cercano, como siempre. De ahí el tuteo-:

-¿Cuándo nace? Y háblanos de sus principios.

-Nació en Valladolid... en enero de 1915. Pero prácticamente se sentía de Madrid porque vino aquí con pocos meses. Con su madre y sus cuatro hermanos. Daniel, que también fue periodista, y tres hermanas más. Vino porque su padre que era tipógrafo y de UGT –sindicato socialista- fue expulsado de Valladolid por el Gobernador Civil. En aquel entonces eso se hacía con bastante frecuencia... Pasó una infancia, como las de aquella época, una infancia de calle. De una familia humildísima porque su padre murió cuando él tenía, apenas, dos años. Y su madre quedó, prácticamente, sin recursos. Tuvo una infancia realmente muy complicada. Y cuando era adolescente consiguió entrar en la Asociación de la Prensa para recibir clases de taquigrafía y algunas cosas más. Pronto, antes de los 20 años, estaba ya trabajando en el entorno de la profesión periodística. Y uno de sus primeros trabajos fue en la Agencia Febus. En la Agencia Febus donde estaba Sánchez Román y donde estaba Menéndez... Él sobre todo hacía crónicas desde Febus para La Vanguardia... Cuando estalló la guerra le tuvieron que echar de la agencia, no por voluntad de los directivos, sino por presiones externas. Porque era un hombre al que se consideraba desafecto...
Pronto tuvo que incorporarse al ejército... y se truncó su carrera periodística hasta que la guerra acabó. Hizo la guerra en el sitio equivocado. Era un hombre moderado. No tenía una adscripción política clara. Pero el ver algunos acontecimientos como el descabezamiento de López Ochoa en la cárcel de Carabanchel, cuya cabeza vio pasear por Madrid, le hizo sentirse más próximo a los rebeldes, cuyas atrocidades él, desde luego, no conocía... Pero hizo la guerra afiliado, porque le tocó, en la División 46 que fue la del Campesino. Se pasó toda la guerra en primera línea de combate. Estando en todas las batallas gordas. Desde la de Brunete hasta la del Ebro... Logró salir con bien de aquello. Cuando se pasó a los suyos durante la caída de Cataluña, no le creyeron que él era de ese lado... y fue internado. Primero en el Castillo de Montjuic, arriba de Barcelona, y luego en el campo de concentración de Miranda de Ebro. De allí le logró sacar su hermano... que era falangista. Y mientras hacía la mili en Madrid... porque el tiempo en armas en el lado republicano no contaba. Estuvo trabajando por las tardes en el diario Arriba como taquígrafo. Un día alguien gritó “Rusia es culpable”, fue Serrano Súñer, y toda la plantilla de Arriba se apuntó para ir a la División Azul... Al final sólo fueron los dos que habían luchado en el lado republicano porque a todos los demás les surgieron cosas. Sólo fueron a la División Azul aquellos dos que tuvieron que pagar alguna culpa. Y se pasó otro año y medio dando tiros en Rusia. Con temperaturas de 40 bajo cero. Pero bueno, volvió a salir vivo. Y ya cuando se reincorporó de nuevo a este país ya le perdonaron... y ya pudo empezar su carrera periodística. Ya, desde luego, no volvió a la Agencia Febus porque la Agencia Febus había desaparecido.

-¿Qué nos puedes decir de su sentido del humor?

-Mi padre tenía un sentido del humor muy acusado y muy personal, muy especial, suyo. Yo creo que el sentido del humor le valió, sobre todo, para sobrevivir. Era un hombre que había llevado una vida tan dura, su infancia dura, la guerra, luego la División Azul, siempre en unidades de choque, el campo de concentración... donde las atrocidades que contaba... eran infinitas, las humillaciones... El sentido del humor no sólo era un don que él tenía, sino que, también, fue una herramienta utilísima para poder sobrevivir en aquellos años tan duros y tan miserables.

-¿Qué te contaba de la guerra?

-Mi padre no nos había contado la guerra hasta que yo le obligué a que escribiera un libro, cuando estaba en el último año y medio de su vida. Supongo que para él debió ser liberador. Había sido una experiencia tan traumática que no quería contarla. Pero una vez que la contó, para mí, resultó, realmente, un descubrimiento. En cuanto a saber por qué aquel acontecimiento había sido tan trágico para él, como para tantas personas en este país. Pero, además, descubrí una faceta literaria... con una economía de medios literarios tan importante y un lenguaje tan preciso que, a mí, me parece una literatura de guerra que prácticamente no he leído. Ahora, hay un episodio que todavía me impresiona mucho más que es su primera experiencia de combate, que es en Guadalajara. Él fue todavía vestido de civil. A Guadalajara le llevaron con una gabardina y formaba parte de un equipo con ametralladoras. Era él que llevaba las cajas con las balas... en dos páginas está contado uno de los episodios sobre guerra mejores que los que yo he leído nunca. Es esa entrada en fuego de alguien que de pronto sólo oye explosiones, gritos, ve cómo matan a un amigo suyo, oye balas, corre, no se entera prácticamente de nada, sólo sabe que tiene que correr en una dirección... de pronto aquello acaba y oye alguien que dice “hemos ganao”. Yo sólo he leído algo parecido de tanta intensidad, de tan buena literatura sobre la guerra en alguien como Stephen Crane en La roja enseña del valor... Y vi que había un libro, realmente impresionante... Sé lo llevé a un editor y a un amigo y coincidieron conmigo... y por eso se editó.

-¿Cómo aprendió esperanto?

-En la España de los años 20 y 30 había cosas que casi no concebimos ahora. Mi padre iba, evidentemente, a un colegio, un instituto que era para personas sin recursos, un instituto público... dentro de los cursos que dio en su adolescencia había uno de esperanto, que lo daba el, luego muy famoso, coronel Mangada. Era un hombre que se había apartado del ejército porque no compartió a partir del año 32, cuando la derecha ganó las elecciones, no compartió aquello, y se fue del ejército voluntariamente. Antes había tenido algunos episodios que le habían llevado a tener que ganarse la vida siendo profesor. Y daba clases, el coronel Mangada, de esperanto y de gimnasia. Era un hombre que debía ser muy peculiar, bastante estrambótico, era un naturista, que se alimentaba de verduras y poco más... El esperanto en aquellos años era algo que la gente pensaba que iba a tener mucho éxito. La lengua que podía ser común a todo el mundo.

-Y ya en el franquismo, cuéntanos.

-Cuando vuelve de la División Azul, que es en el año 42,... empieza a trabajar en Arriba. En Arriba y en la Agencia EFE ... trabajará 14 horas o 15, eran jornadas agotadoras, porque no sólo él quería casarse y establecerse con la que luego sería su mujer, mi madre, sino que tenía que alimentar a su madre, que seguía, apenas, sin recursos, y a alguna de sus hermanas...

-¿Cómo ve él el desarrollo del franquismo?

-Mi padre formaba parte de los franquistas, formaba parte de los vencedores. Aunque los vencedores no le consideraban como tal. Pero era un hombre del régimen. Lo que pasa es que no era ningún fanático... recuerdo que mantenía un rencor enorme a los comunistas, tenía una auténtica fobia a los comunistas. No era nada fanático del falangismo... no mantenía el ardor patriótico permanente... con nosotros fue siempre muy alejado de la política... no ponía buena cara cuando nosotros queríamos, pues eso a los 12, a los 13 años, ir a los campamentos del Frente de Juventudes. Y nos poníamos, nos disfrazábamos entusiasmados... a él no le gustaba vernos con esas boinas y que desfiláramos con marcialidad... Cuando ya nos hicimos mayores... evolucionamos a posiciones antifranquistas muy claras... y él lo percibía... y lo fue asimilando con bastante naturalidad... y lo llevó bien. No se desmoralizó por aquello... Él supo, antes de que muriera Franco, que yo estaba en una militancia comunista... y él y mi madre lo llevaron bien.

-¿Cómo ve la llegada de la democracia?

-... Mucha gente que había estado en ese tipo de posiciones experimentaron una evolución muy rápida y muy sincera al ver que la democracia era algo positivo... se fueron dando cuenta de que los tiempos habían cambiado. Que la gente que iba contra el régimen no tenía ningún impulso parecido al que hubo en el 36. No había ese rencor, no había ningún impulso homicida en quienes se manifestaban en las calles, en quienes promovían huelgas, en quienes tiraban propaganda contra el franquismo... Y yo creo que les gustó la libertad. Les gustó la libertad tanto como a nosotros.

-Cuéntanos la anécdota de la abuela andarina.

-Su madre había nacido en París, era francesa, se llamaba Clotilde Tessier. Y tenía a su vez una madre –Colette- que era también francesa... Cuando estalló... la guerra del 14, cuando parecía que los alemanes podían romper el frente, incluso acercarse a París, decidió marcharse y venir a España. Y entonces hizo el recorrido andando con un caja en la que guardaba todas sus joyas. Y se iba parando en todos los ayuntamientos que cruzaba y pedía el libro del ayuntamiento e iba firmando en cada una de sus paradas. Sería curioso rehacer ese itinerario. La verdad es que yo no sabría por dónde empezar...

En aquella década de los treinta se decía, cuando una chica gustaba mucho, que estaba “chachi trujana, calcetines de lana”. Sin duda Jesús Martínez Tessier, su literatura, su oficio, su historia y su legado es “chachi trujana, calcetines de lana”.


Agencia Febus

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